domingo, 16 de agosto de 2009

Del otro lado del charco















Él.
Llega a la orilla después de una larga caminata. Llega despacio, arrastrando sus pasos, pero aún con vigor. Su cabeza lleva un largo silencio, un silencio de muchas palmeras y muchos suspiros. No está triste, tal vez nostálgico. La tristeza ya no tiene espacio en esa resignación con maquillaje de paz. Paz, parece que el silencio en su interior le ha maquillado mejor, le ha revelado sus sueños.
El mar está tranquilo, el corto vaivén le da a la arena de cuando en cuando un brochazo de humedad y trepa sus tobillos descalzos.
Zapatos en mano, pantalones arremangados y una larga bahía.

-En algún lugar de esta orilla está ella - Rompe el silencio al susurrarse un pensamiento.
-Hay dos direcciones y mucha distancia, mucha distancia.

La playa estaba vacía, la noche clara.

-Si supiera que quiero que regrese, que no se vaya. Ahora la quiero cerca, la quiero conmigo, después de tantos años, tantas lágrimas y tanta poesía.
-Igual caminaré, pero será tarde; siempre es tarde. No me gusta correr, parece más bien que me gusta esperar.

Y él, se sienta.


Ella.
Está rodeada de compañía, su despedida. Se siente querida y aceptada. Aceptada, ha hecho su camino complaciendo sus caprichos y algunos ajenos. Después de tantos años de aquel error es aceptada y hoy se va, como si no debiera nada, pero con un nudo en la garganta.
Brincará el charco en unas horas, sin despedirse de él; esquivando sus mensajes, sus llamadas y poemas.
Nunca estará sola, no lo está ahora. Siempre habrá quien distraiga su vacio, quien no le haga pensar en él; su gran Amor. Ese Amor de tormenta y aventura, ese Amor que sintió real y cercano, ni plástico ni simulado; ese Amor que ponía sus propias reglas, que buscó su lugar a grito y a cuchillo, ese Amor trágico. Su Amor.
Igual lo extraña, igual quisiera que ocupara el asiento de al lado; que volara con ella. Tal vez lo esperará en su cumpleaños, en silencio, del otro lado del charco.

jueves, 6 de agosto de 2009

Pasado

















Hoy abrí una caja que clausuré algún tiempo.
La clausuré, por miedo a verme dentro;
miedo a encontrar un cadáver descompuesto,
miedo a profanar un cementerio.

Hoy rompí los sellos,
limpié el polvo,
enfrenté al tiempo...
Cerré los ojos,
respiré muy hondo
y vencí al vértigo...

Mis ojos, profundo se conmovieron.

Tibio aún se halla allí el rostro del pasado,
en dulce descanso y todavía sonriendo,
con rubor en sus mejillas y perfumado aliento,
con ojos cerrados y sin miedo...

Ingenuo y sublime,
intacto y fresco.


Pd: Una inspiracion para sacar de alguna gaveta este viejo poema y compartirlo fue este excelente corto de Mario Viñuela - INEVITABLE ...Disfrutenlo