lunes, 27 de noviembre de 2006

Soledades



Tengo soledades.
Muchas soledades,
aunque a veces basta una.
Teniendo algunas, tengo muchas.
A veces a pares.
A veces se complementan,
como queriendo hacerme ver
que están enamoradas;
quizás de acuerdo.
Como jugando a las cartas,
apostándose mi ánimo desenfadado,
compartiéndome en un instante
en el centro de la mesa.
A veces solas, ignorándose.
Debatiéndose, una tras otra.
Buscando, tomarme de la mano.
Sin entenderse, como una mujer a la otra.

Naciste conmigo, te conozco desde siempre.
Me has enseñado todo.
Eres indulgente, me apaciguas.
Me tienes paciencia aunque no me soportes.
A veces te acercas para aconsejarme.
Eres rebelde,
y cuando te quiero, tengo que buscarte.

Tengo también la soledad de la infancia.
Me desespera.
Me hace sentir pequeño, inseguro,
preso en mi mismo.
Me toma y siento que nadie puede comprenderme,
que mis palabras son vacías.
En ella me escondo,
para que no me alcancen las miradas.

Otra soledad frecuentemente me asiste.
Es la soledad de mi adolescencia,
perdón, quise decir de la ausencia.
Ella obró en mí el apetito por las mujeres.
Me acecha.
Me hace sentir desdichado,
al no hallar cómo saciar mi hambre.
Trajo a su hermana, a quien creo envidia.
La trajo en un banquete.
Aquel banquete.
Probé del manjar
que aún degusto entre mis labios.
Manjar que alejó a mis soledades,
aunque al no tenerlo, trajo otra consigo.

De este manjar he comido buenos platos.
Otros, no tan bendecidos.
Dulces, agrios y jugosos.
Insípidos, apestosos y amargos.
Me he entrenado en distinguirlos.
Tengo un paladar exigente.
Le persigo con demencia,
como un mendigo.

Una vez,
sin pretenderlo.
Sin apetito de amor.
Sin buscarlo, hallé un plato humeando.
Mirando, despertó mi hambre.
Quemaría mi lengua, apagando el gusto.
Y fue de este plato, al estar tibio,
del que mucho comí, sin descanso.
Con cubiertos, con los dedos.
Trozos grandes y pequeños.
Masticando, tragando entero.
Despacio y frenético.
Sin probar de otro manjar, algún bocado.
Caí perdido, en el sueño, el letargo.
Éste manjar se agotó, dejó vacío mi plato.
Desperté hambriento encontrando,
un plato vacío y un menú en blanco.

Se reveló esta otra soledad.
Esta otra, me estaba aguardando.
Sin duda es la más terrible.
Tiene un carácter implacable.
Necia y terca, hasta incombatible.
Caprichosa y orgullosa, despiadada.
No piensa sino en sí misma.
Me cela agresivamente.
Domina entre otras soledades.
Impone sus propias reglas,
y obliga se le obedezca.
Esta soledad es déspota, traicionera.
Manipula y mal aconseja.
Teje redes y monta trampas.
Cuando no puede tenerme,
seduce a otra para engañarme,
y a través de ella poseerme,
aunque sea, compartido.

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